CRÍTICA: "CASE 39" (2009)
Dirección: Christian Alvart.
Guión: Ray Wright.
Elenco: Renée Zellweger, Jodelle Ferland, Ian McShane, Kerry O’Malley y Bradley Cooper.
Emily Jenkins (Renée Zellweger) es orientadora familiar, quien convive con los más diversos casos de maltrato, violencia infantil y abandono. Un día llega a su escritorio el caso N°39, sobre Lilith Sullivan (Jodelle Ferland), una niña de diez años maltratada por sus padres. Al involucrarse en el caso y sentir un especial apego por la pequeña, Emily decide acoger en su hogar a Lilith en lugar de internarla, a la espera de una familia dispuesta a recibirla. Pero la inocente Lilith oculta un secreto que, poco a poco se comienza a apoderar de la vida de Emily.
“Más terrorífica que El Exorcista… más tensa que El Orfanato”. Con esa frase se promocionaba “Case 39” para la fecha de su estreno el año pasado, y que recién la semana pasada hizo arribo a nuestro país. Cinta que se suma a esa larga lista de películas terror suspenso que los EEUU exporta año a año y en la que vuelve a repetir una fórmula agotada pero, en muchos casos, efectiva, cuya ecuación resulta bastante poco original: escaso número de personajes, una protagonista principal, un(a) niño(a) y un horrible secreto. Poco que decir sobre estos elementos que siempre van a conspiran para meter susto y romper la taquilla, y “Caso 39” no es la excepción, ya que mantiene muchos de los estereotipos y clichés imprescindibles, diseñados para conseguir los sustos precisos en los momentos más (o menos) adecuados, y los personajes nunca alcanzan a estar lo suficientemente bien definidos, por mencionar un par de tópicos recurrentes dentro del género. Pero tiene ciertos aspectos que la hacen algo especial por sobre sus paralelas.
Sumamos una nueva pequeña gran actriz a la constelación de futuras estrellas, Jodelle Ferland, quien se roba la película, con bruscos cambios de personalidad que, por momentos, consigue todo el miedo que el espectador precisa, llevándonos de la ternura e inocencia a un plano de inseguridad absoluta; la historia no resulta totalmente inverosímil gracias a un guión realizado sin ninguna pretensión, que reconoce lo que pretende y, por ello, no abusa de giros y se hace coherente con una atmósfera llena de tensión, pero de manera sobria, silenciosa y muy bien cuidada; hay una utilización mínima de efectos especiales y sangre a destajo; y podemos conocer -por fin- a Renée Zellweger en otro género que no sea el de las comedias melosas, del que, en esta vez, sale muy bien parada (si a alguien le molesta esa falta de expresividad de la actriz o tiene problemas con cada película en la que participa, definitivamente le molestará su trabajo en la cinta que fuese). Probablemente un guión más preparado y podríamos haber estado frente a un nuevo hito dentro de la recalcitrante cinematografía del horror.
Una historia aterradora que va decayendo a medida que avanzan los minutos, basada en una relación madre-hija como argumento central y con todo lo que esto significa en términos sociales, emocionales y afectivos, y que, a pesar de sus falencias narrativas, consigue la atmósfera suficiente como para robarnos la tranquilidad sentados en la butaca. Lamentablemente, y a pesar de las buenas intenciones del director, la cinta desaprovecha la oportunidad de sacarle mayor partido a la historia personal de la pequeña Lilith, a su talento y a su capacidad de envolvernos con una sola mirada, y opta por volver a estrellarnos al techo de la sala con subidas de música y apariciones sorpresivas frente a la cámara, que en definitiva, marcan la diferencia entre una cinta que pretende atraer por su cantidad y no por su calidad. Un buen intento que se queda sólo en eso y que, por cierto, pudo ser mucho más.
Por Wladimyr Valdivia Westphal.
Trailer:
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Anónimo (8:24 a. m.)
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