COMENTARIO: LAS TORTUGAS TAMBIEN VUELAN
Irán, Irak, Francia, 2004, 98 min.
Guión: Bahman Ghobadi.
Elenco: Soran Ebrahim, Avaz Latif, Saddam Hossein Feysal, Hiresh Feysal Rahman, Abdol Rahman Karim.
En la frontera Irán-Irak, semanas antes de la invasión de Irak por la tropas estadounidenses, en un campamento de refugiados kurdos que intentan escapar de la represión de Sadam, un niño ha tomado el mando del operativo, consiguiendo una antena parabólica para estar al tanto de las noticias acerca del inminente ataque de los Estados Unidos contra Irak -traduciendo éstas a su modo-, organizando el desactivado de las minas y tratando de ayudar a dos hermanos kurdos, el cual uno de ellos tiene una premonición: la guerra está cada vez más cerca.
Para nadie es mentira lo que sucede al otro lado del mundo. Despertar día a día con la incertidumbre de no saber si será el último o no, no es gracioso. Y mientras en occidente nos quejamos de la ley laboral infantil y la explotación a la que son sometidos, en esos mismos momentos hay niños que no tienen otra opción para sobrevivir que trabajar desactivando minas anti-personales. Esto que parece ficción, es la triste realidad de miles de niños, jóvenes y adultos que dependen de un simple llamado telefónico de un tal Bush. Increíble, pero cierto.
Las Tortugas También Vuelan es el tercer largometraje del director kurdo-iraní Bahman Ghobadi. Los kurdos son un pueblo de 12 millones de habitantes, sin fronteras en los mapas, y en donde es muy difícil que existan actores profesionales. Por lo mismo, todos los personajes, niños y abuelos que vemos en escena, son personas cuyas realidades no distan mucho de la que se exhibe en el film.
El protagonista de la historia es “Satélite”, un niño de 13 años, flaco, de anteojos, una especie de líder de todos los niños huérfanos, quien se encarga de ordenar a sus tropas (de niños), la gran mayoría de ellos mutilados, que cosechan minas antipersonales como si fueran flores, guardándolas en canastos que se cuelgan en la espalda para después venderlas a cambio de armas o alimento para su propia sobrevivencia.
Debo decir que al terminar el film, la sensación con la que me dejó es inexplicablemente extraña. El premio a mejor película en la versión 52 del Festival de San Sebastián no era sólo porque si. Sin un uso muy destacado en las técnicas empleadas por el director, el gran mérito de la película pasa por mostrarnos de manera fidedigna cómo viven los países en guerra, con todo el dolor que esto significa. Ahora, lamentablemente, esta fidelidad a la que me refiero es tal, que me cuestiono incluso el trabajo al cual fueron sometidos los niños al trabajar en el film. Al verla, es imposible olvidar que lo que estamos viendo son niños reales, en un país y un escenario real, que las mutilaciones que presentan los protagonistas son dolorosamente reales y hasta el mínimo deseo o trauma que nos inventan en la trama, pueden ser perfectamente reales en esta historia “ficticia” sobre los crímenes y flagelos sufridos por el pueblo kurdo.
A alguien que le parezca una excelente película como expresión de arte, podemos catalogarlo perfectamente de “insensible”. Nos podemos sentir culpables al premiar una película en la cual la explotación esta al servicio de un claro mensaje político. En lo personal, el film se me hace tan “denunciable” y criticable como lo que expone en su propio contexto, pero necesario verla al fin y al cabo. Después de todo, mientras cae la lluvia de misiles en Bagdad y los tanques se pasean frente al lente de la cámara, hay un cuerpo técnico y humano que nos aterriza a la ficción (nótese que necesitamos de la ficción para estar tranquilos), y estos mismos niños que encarnan inquietantemente bien sus roles, llenando de matices las interpretaciones -a ratos extremadamente conmovedoras-, nos devuelven el alma al cuerpo con una simple sonrisa, recordándonos que pese a todo, son sólo eso, niños.
(Wladimyr Valdivia W.)
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